No hay palabras

Ni siquiera sé por dónde empezar. 

Era domingo.

Eran vacaciones de Semana Santa. 

Llevaba toda la semana en el D.F. con mi familia. 

Pero estaba esperando ese momento.

Una noche antes, le dije a mi tío que quería llegar lo más temprano posible.

El juego era a las 12 del medio día, yo quería llegar a las 7 de la mañana.

Me dijo que abrían las puertas a las 9. 

No me acuerdo exactamente a qué hora salimos de su casa, pero sí me acuerdo quiénes íbamos.

Mi tío Alejandro, mi tía Karime, mi mamá, mis hermanas, mis abuelos y mis primos Najla, Shadia, Karime, Salma, Fadia y Charbel.

Todos a un palco del trabajo de mi tío. 

Salimos de su casa, pasamos por los boletos a su empresa y le dimos al Estadio Azteca.

Me acuerdo que antes de llegar nos paramos en un oxxo.

Me acuerdo perfecto que sentía que estábamos perdiendo tiempo.

Me urgía llegar al estadio. 

Yo no quería comparar nada. Sólo quería llegar.

Tenía 16 años. Estaba en 4to semestre de prepa. Estaba en mi pico más alto de pasión por el futbol.

Cada fin de semana veía los partidos de Cruz Azul encerrado en mi cuarto en Mexicali.

Me encerraba porque me gustaba gritar con todo. Y no quería que nadie me distrajera. No me perdía ni un segundo de los partidos. 

Literal, ni un segundo. No iba al baño. No quería ni parpadear. 

Iba a misa a pedir por el Cruz Azul. 

En las buenas y en las malas iba a la iglesia a rezar. 

Tenía cábalas. 

Colgaba banderas en mi cuarto para ver los juegos. 

Usaba camisetas diferentes según el partido.

Pero siempre intenso. Siempre apasionado. Siempre fiel.

Y eso era con el Cruz Azul.

Con la Selección Mexicana era diferente. Era más especial.

No sé.

Era nuestro país.

Nuestra bandera.

Nuestros colores.

Nuestro himno.

Me paraba y lo cantaba.

Mano sobre el corazón y todo.

Más de una vez se me han llenado los ojos de lágrimas entonando el Himno Nacional Mexicano. 

No me perdía ni un juego de la Selección. Nunca. Ni por error. 

Y ese domingo, estaba por primera vez viendo al TRI en vivo.

En persona.

En el Estadio Azteca.

Partido eliminatorio para el Mundial de Alemania 2006.

México vs Estados Unidos. 

Momento único.

Momento esperado por años. 

Momento para toda mi vida. 

Me acuerdo que lo único que compré en ese oxxo fue un periódico.

Me subí a la camioneta y me fui leyendo la previa.

Estaba vuelto loco.

Lleno de adrenalina. 

Iba leyendo la posible alineación. 

Leyendo declaraciones previas. 

Y de pronto, llegamos al Estadio Azteca.

Sin exagerar, estaba solo.

Entramos exactamente a las 9 de la mañana que abrieron las puertas. 

Me tocó ver como se iban acomodando todos los vendedores de comida y de cerveza. 

Y afuera del estadio, se iban acomodando los que vendían camisetas de México.

Yo era el único que había viajado con mi camiseta de México. 

Salimos Charbel mi primo y yo a comprar camisetas para todos.

Estando ahí afuera, nos dieron ganas de pintarnos la cara.

Nos la pintamos.

Verde de un lado, blanco en medio y rojo del otro.

Volvimos a entrar al palco con las camisetas para todos.

Y luego ya no me acuerdo de tantos detalles.

Bien raro.

Sólo me acuerdo de estar viendo cómo se iba llenando el Estadio Azteca.

Pasaron dos horas de las que recuerdo muy poco.

Hasta que salió a calentar la Selección Mexicana. 

Y otra vez, no me acuerdo de nada, mas que de escuchar porras, silbidos, gritos.

No me acuerdo qué estábamos platicando.

No me acuerdo cómo estábamos sentados. 

Ni quiénes estaban ahí junto a mí.

Solamente me acuerdo que vi salir a México y a Estados Unidos para cantar los himnos.

Piel chinita.

Emoción al máximo.

Lágrimas en los ojos. 

Me faltaba el aire.

Terminaron los himnos y llegó el momento.

Pasó.

Así, de la nada.

Cuando menos lo esperaba.

A punto de empezar el juego y…

Un reportero se le acerca a Cuauhtémoc Blanco.

Lo abraza.

Platica con él.

Lo entrevista. 

A unos segundos de arrancar el juego, pensé:

«Está abrazando a Cuauhtémos Blanco. Está con él. Nadie más cerca que él.» 

Pensé en mi cuarto en Mexicali.

Pensé en todas las veces que había visto a la Selección por televisión, desde amistosos hasta Mundiales. 

Y de pronto, estaba ahí. En vivo. En persona. 

Uno entre 100 mil aficionados.

Y ese reportero seguía abrazando a Cuauhtémoc Blanco.

Ahí fue.

Nunca más dudé.

Por mi vida, que se juntaron mi cabeza y mi corazón.

No puedo explicar lo que sentí, pero me acuerdo perfecto. 

Me dan ganas de llorar de acordarme.

Lloré este viernes en la mañana antes de irme al estadio, no me da pena decirlo.

Me gusta llorar de emoción. 

Estoy demasiado agradecido con Dios, con los míos y con la vida.

Si no hay palabras para explicar lo que sentí ese 27 de marzo de 2005, menos hay palabras para explicar lo que ha pasado estos 12 años.

12 años.

Increíble.

Pero más increíble todo lo que está pasando.

Literalmente, no lo puedo creer.

Gracias otra vez, Dios.

Gracias por todo.

Gracias por tanto.

Los sueños se cumplen, gente.

Crean.

No duden ni un segundo que pueden. 

Todo es posible.

No hay límites.

Hay que trabajar más que los demás. Hay que sacrificar muchas cosas,. Hay que creer como nadie. 

Y van a lograr lo que quieran. 

12 años hoy de ese día en el Estadio Azteca.

12 años hoy de «El Día De Mi Vida.» 

12 años y contando.

12 años y lo que falta. 

Dios quiera y falte mucho.

Porque estoy disfrutando con todo lo que está pasando. 

Por eso, hoy son 2 años de que empecé a escribir aquí en 86mil400. 

2 años haciendo esto para intentar regresar algo.

Gracias por ser parte de esto tan personal y tan especial.

No hay palabras, gente. Sólo lágrimas en los ojos.

Hasta mañana,

SADW.